Tengo que confesarlo.
Estoy enganchada al Candy Crush; ese juego malévolo en el que tu existencia se limita a juntar gominolas para romperlas y subir de nivel
Mi historia empezó hace unos meses, cuando mis pequeños retoños, un día volviendo del cole me dijeron: “Mama, tenemos que bajarnos este juego, que lo tienen Fulanito y Menganito y mola un montón”
Yo, pobre de mí, en mi afán de jugar con ellos a casi cualquier cosa, pues lo instalé y empezamos a jugar. Unas semanas después, mis hijos lo dejaron porque esto de los puzles está guay para un rato, pero luego empieza a aburrir un poco.
Y yo? Pues yo seguí jugando. Total, si voy subiendo niveles…, puedo alcanzar a Pedrito
En cierta medida, me recuerda un poco al Tetris de cuando éramos jóvenes (al que por ciento también me enganché) , con la diferencia de que en aquel entonces tenías que gastarte el dinero que te daban para salir todo el fin de semana, y cambiarlo en monedas de cinco duros que era lo que aceptaba la maquinita. Y aquello me hizo pensármelo un poco mejor
El hecho de no alcanzar nunca a Pedrito, me hace intentarlo e intentarlo y claro, como el también avanza, pues aquello es imposible y busco ratitos para seguir subiendo:
En la oficina, cuando bajo a fumar juego un poco…
…en los intermedios de Águila Roja o de Bones, también
…mientras espero a que los niños acaben de vestirse… me da tiempo
…incluso parada en un atasco conseguí pasarme una pantalla
El otro día estuvimos cenando con Pedrito, y me dijo: “Voy por el nivel 240”. Ahí se me atragantó la aceituna que estaba comiendo y tuve que hacerla pasar con una copa entera de vino. ¿Cómo puede ser que me mas lleve 90 pantallas de ventaja?? Aunque mi respuesta no se hizo esperar:
“Claro, es que tú no tienes hijos”
Esos hijos, que por cierto, han sido los que me han traído el juego y me han dejado sola con él.
Lo he decidido! En cuanto alcance a Pedrito lo dejo
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miércoles, 30 de octubre de 2013
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